viernes, 17 de septiembre de 2010

Como es que te recuerdo



(Y lo que intento para no hacerlo)


Déjame atormentarte con un recuerdo; percibe por un instante después de que la mente haya viajado en silencio en el tiempo ese momento en que vuelves al cuerpo, al olvidado viajero de un cuento, al que permanece estático mientras rescatas un vago sentimiento. Una pasión abandonada y una tormenta ya innecesaria.

Y tengo un sinnúmero de recuerdos viejos. Una lluvia de viejos enemigos muertos. Unos días que ya no atienden al tiempo, que se lanzan a secuestrar todo momento en que ya no siento, ni tu piel ni tu aliento que rescatan el amor en mi cuerpo.
Déjame que recuerde las treguas de entre los días que se pierden, esos días en que pareces estar siempre presente, que sonreíste y miraste y fuiste los minutos alegres que ahora son tristes.

Y déjame evocar sin soñar tu entera fisonomía y la completa armonía de tu cuerpo y su aroma.

Y quisiera prolongar tan solo un momento más la melodía estática de un instante de tu vida. Pero solo déjame tenerte entre el vaivén del adiós cobrando fuerza. Antes de encontrarme con el olvido. Con el infalible despido del opio. Con la iracunda miseria del amor próximo a ser perdido.

¡Y cómo te recuerdo! nítida como ensueño, pasajera como el viento, pesada como el acero, con tus labios entre el humo del cigarro, con tu cuerpo siempre rondando los retorcidos caminos en que busco el olvido; ni los vicios acuden a desterrarte de mi mente, que insistente me repite como cura: ¡la muerte, la muerte!

Pero parece que desisto del intento, que desconfío de la muerte, mi mano pierde su poder sobre mi veneno que lento se pierde, lejos, lejos en el suelo, dejando un rastro blanco sobre un fondo negro y siniestro como el más terrible infierno, que también se disipa y de entre lo oscuro y el humo nacen tus cabellos, tus ojos negros tu piel blanca, ¡y peor aún solo estoy inmóvil ante un fantasma!

Inmóvil, voy cercano a esa recompensa que es la paz del olvido en el sitio donde no puedo negar tu mirada: los sueños, que ya solo serán por el opio dormidos. Ahí desde donde te invocaste sola, rescatándote sin que yo lo quisiera, ahí voy a perder las horas que serían las más próximas a la muerte, aún así, es necesaria la muerte: tu muerte. La vida mía, la muerta, es necesario que siga viva.

Pero no pude olvidarte, ¿la prueba?, te recuerdo y recuerdo el cuarto negro, en infalible silencio con el sueño, lo que no recuerdo son solo los ojos que ya no son mi cielo. Este es el invariable camino para perder el alma, tú alma y la mía. Para esto debo continuar una cadena de piedras sobre el mar de cristal…